¡Madre mía! Aún no me lo creo, pero dos semanas de hacer la media de la mujer de Madrid (te recuerdo que se dio fatal) conquisté Behobia con sensaciones muy diferentes. Mientras escribo esto me encuentro en una nube. Estoy flotando, encantada de la vida.
Por dónde empiezo. El sábado llegamos a Irún con un tiempo muy desapacible, un cielo gris, y bastante lluvia. Y esa era la previsión para el domingo. Cada vez que miraba la previsión y al cielo me asustaba más y más y más, pero ya no había vuelta atrás. Había que afrontar estos 20 kilómetros.
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¡Empezamos la Behobia!
Según llegamos a Irún fuimos derechos a la Feria del Corredor, donde disfruté muchísimo y de ahí nos fuimos a San Sebastián a comprarme un chubasquero (sé que no se estrena el día de carrera, pero no había otra) y a cenar.
La cena en el Gandarias fue increíble. Mira. Qué rico todo. Lo que disfruté cenando.


Y de ahí vuelta a Irún con un dolor de cabeza descomunal. Pensaba que no descansaría, pero contra todo pronóstico dormí del tirón, descansé como hacía semanas que no lo hacía y aunque me desperté temprano no fue demasiado pronto.
Llegó el día
A las 8 bajamos a desayunar y coincidimos con más corredores que se alojaban en nuestro hotel. Tras un desayuno suave me volví a la habitación y me pasé una hora mirando por la ventana, al cielo y cruzando los dedos.
Sobre las 10:30, yo salía a las 11:26, nos acercamos a la línea de salida de la Behobia – San Sebastián y tomamos un café con Raquel y María (chicas, gracias por la conversación).
De ahí a la zona de salida, donde me encontré con Ana, quien me dio un abrazo que me llenó de energía. Y de ahí a nuestro cajón de salida. Esa hora se me pasó volando.

¡Y Edu corrió prácticamente toda la carrera con el poncho del chino!
Comienzan los 20k
¡¡Qué maravilla!! La salida de la Behobia se vive intensamente y es una pasada ver cómo se desplazan los diferentes cajones hasta la línea de salida. Al ritmo de la música nos fuimos desplazando, sin lluvia, hasta el punto de partida y tras la cuenta atrás comenzó la fiesta. Y justo en ese instante también comenzó a llover. ¿Por qué! Pero en ese momento daba igual. Solo quería disfrutar. No había objetivos, la única finalidad era llegar a meta y disfrutar cada momento, cada metro, cada segundo.
Cuando me quise dar cuenta llevábamos cinco kilómetros y no me había enterado. Se me pasaron muy rápidos. Choqué cada manita que me encontré. Di las gracias a cada persona que me daba una palabra de aliento (se agradecen), sonreí mogollón. Iba disfrutando muchísimo.
A partir de ahí, lo siguiente que me esperaba era la subida a Gaintxurizketa y mi primer miedo, pero lo superé con nota. Fui concentrada y sin parar. De ahí a los 10k y llegamos de forma heroica. Como te he dicho comenzamos la carrera con lluvia, durante unos kilómetros dejó de llover, pero tuvimos aire, otros metros lo hicimos con un tiempo ‘bueno’ y otros ¡con granizo! Alucinante, impresionante. Y yo sin parar de correr. Qué experiencia.


Llegamos al ecuador de la carrera e iba muy bien. Súper contenta. Disfrutando como una niña chica y con Edu a mi lado (gracias una vez más).
De ahí al 16k, donde encararíamos el Alto de Miracruz. Ahí eché a caminar alguna vez (poquitas) y aunque ahora me arrepiento, en esos momentos lo necesitaba. Llegamos al Alto, respiré profundamente y seguí corriendo, despacio pero corriendo. Y sola porque perdí a Edu, bueno él me perdió a mí 🙂 en el trayecto de subida.


Comienzan las emociones
De camino al 18k pasamos ante el centro que Cáritas tiene en Ategorrieta, antiguo colegio de Notre Dame, ¡mi colegio! Ahí pasé los primeros años de mi vida y las lágrimas afloraron (igual que lo están haciendo mientras escribo el post). Y puedo decir que fue así hasta la meta. Madre mía qué llantina. Cuántos recuerdos pasaron por mi cabeza. Allí viví hasta casi los nueve años y fueron años preciosos.
Ya en Gros encaré el último kilómetro de carrera, con los ojos llenos de lágrimas, pero con una sonrisa. A falta de 600 metros me alcanzó un chico que me dijo que llevaba gran parte de la carrera tras de mí y realicé con él la recta final. Gracias por acompañarme esos metros y por el abrazo que me diste en meta. Cada vez que lo veo se me saltan las lágrimas.
Me podrás ver cuando el reloj de meta marque 3:39:35.
Entré con una sonrisa de oreja a oreja. Fue mágico. Es una carrera que hay que vivirla, de verdad. Yo la he disfrutado como público muchas veces pero correrla ha sido increíble. Habrá que volver.
Lo mejor: el público
La Behobia es mágica principalmente por su gente. Hay persona: niños, adultos y personas mayores animando durante los 20 kilómetros de carrera. Niños con caras llenas de ilusión queriendo chocar los cinco con los corredores, niños con pancartas de ánimo. Adultos que te dejan palabras de aliento en momentos difíciles. Y todo eso es bienvenido. Y todo eso suma, y mucho, al evento.
¿Has corrido alguna vez la Behobia – San Sebastián? ¿Te gustaría? Cuéntame y anótala en tu calendario, ya que uno de sus objetivos es alcanzar en 2025 el 50 por ciento de participación femenina. ¡Vamos a ello!
